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domingo, 10 de julio de 2011

¿Qué soledad es más solitaria que la desconfianza?...



Es todo un lujo ser comprendido.
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Toma un pedazo de mayo y otro de junio. Se forma un lapso menor a un mes y dentro de esa línea consulté a dos médicos diferentes para dos enfermedades distintas. Corroboro lo que dije antes: la enfermedad es una ciudadanía pero más cara: afecta existencialmente, genera cierto aislamiento, llega el silencio de soledad, el sabor de inutilidad, una verdad terrible del estado corporal, vulnerable, pobre, un alto no buscado… Cuesta trabajo acostumbrarse a tener el cuerpo en continua protesta, a sentir dolores desconocidos que no permiten realizar las más sencillas actividades. A veces pienso si hay de trasfondo una perturbación emocional que ha afectado la salud física.
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Aprendemos la agresividad o la benevolencia, la anestesia afectiva, el miedo, el optimismo o el pesimismo. Hábitos que aprendemos y que luego nos cuesta desaprender.
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Una pareja no debiera hablar tanto como la gente cree, sino lo suficiente para mantener el interés.
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Fuerte y frágil, seguro y dependiente, rudo y tierno, ambicioso y desprendido, eficiente y tranquilo, agresivo y respetuoso, trabajador y casero. ¿Dónde chingao están los equilibristas de las expectativas sociales? Yo no tengo el mínimo indicio de hacer abdominales…
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Nunca estamos tan indefensos contra el dolor como cuando nos enamoramos.
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Wilde ya decía: hay dos grandes tragedias en la vida, perder al ser amado y encontrar al ser amado.
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Paz enunciaba: el amor es doble, los amantes pasan sin cesar de la exaltación al desánimo, de la tristeza a la alegría, de la cólera a la ternura, de la desesperación a la sensualidad.

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