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martes, 30 de noviembre de 2010

Infundir el propio ser en otro...

Hoy, un poco antes de las siete de la noche, encendí la luz del salón (estábamos viendo un video) y de repente me descubrí mecánico e inercial. Fue como sentir un vértigo y de pronto pude verme a mí mismo desde fuera. Como si estuviera sentado en alguna de esas butacas. Fijé la vista en el profesor: él se sentó en una esquina del escritorio, comentó algo sobre el examen final que se efectuará la próxima semana. El docente se ve a sí mismo vacilante, como si se dijera ¿y qué hago aquí yo? Y todos dirigimos las miradas hacia él. Y lo escuchamos. Y él duda, explica la estructura del examen: “tradicionalmente vienen diez preguntas prácticas y otras tantas teóricas, bla bla bla…” Yo me dije: ¿qué estoy haciendo? ¿Esto es un mareo o un viaje astral? Qué loco…
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Pensaba en la siguiente cuestión: ¿cómo hacer para que todo lo que uno es se convierta en condición necesaria para el crecimiento de otro?
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En algún estado de la vida humana, la actitud tiene que ser más bien la de seguir.
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Martin Buber decía: “Estamos a la intemperie. Es una sensación de angustia perder el techo que nos cobijaba y protegía. Pero este mismo techo nos impedía ver las estrellas. Ser libre es asumir la incertidumbre de la intemperie”.
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Mañana, los Stone Temple Pilots…

martes, 23 de noviembre de 2010

Sabines, los amorosos no deben callar...



¿Si no se rompe, cómo logrará abrirse el corazón?
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Saber que me entiendes me libera de todo testimonio, de toda duda, me hace pensar que me aceptas, que somos semejantes.
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Decía Aristóteles que amar es alegrarse y esa alegría, ese júbilo, tiene mucho que ver con el número y la cantidad de las recompensas materiales, emocionales o ambas.
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El buen amigo no oculta sus defectos, los pone sobre la mesa para señalarnos el peligro de creer en él más allá de lo conveniente. No necesitamos amigos que sean un dechado de virtudes, no serían confiables. Necesitamos amigos sinceros, jamás perfectos.
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A continuación, dos caminos que se entrelazan y ninguno es infalible. Por un lado, el corazón que intuye, la fe, aunque a veces se equivoque. Por el otro, el tiempo, los momentos de convivencia, las vicisitudes, la vida compartida, la realidad que se va haciendo philia y superando el examen. El amor es un riesgo que hay que vivir.
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Es tan bello lo que dicen los poetas, pero no amamos con el corazón sino con el cerebro. Si el amor es sólo sentimiento y emoción pura, quedaríamos a merced de esos altibajos y fluctuaciones. Y muchos mueren en ese torbellino. El amor completo incluye pasión (eros), amistad (philia) y ternura (ágape). No llega de improviso como un demonio que se apodere de las personas. Existe la voluntad de amar o de no amar. No sólo el amor nos “posee”, también lo poseemos a él: nadie es víctima del amor sin su propio consentimiento.
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Si el amor justificara todo, estaría por encima de los derechos humanos, la justicia y la ética. No importa lo que digan los románticos: ser incondicional en el amor (amparado en esa quimera que es el amor verdadero) promueve el sufrimiento feliz, el desinterés por uno mismo y la renuncia al yo.
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El amor pasional, la manía, el arrebato que nos transporta y apega es sólo una parte de la experiencia afectiva. El amor sin límites es un mito que ha hecho que muchas personas establezcan relaciones dañinas e irracionales. Se promulga el culto al sacrificio y la abnegación sin fronteras. Se dice: vivo para ti o mi felicidad es tu felicidad… Es andrógino ese amor, una dependencia feliz, una adicción sagrada. ¿Y si me equivoqué cómo escapo después?
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¿Dios es amor? El amor interpersonal, el que profesamos en el día a día, aquí en la tierra, está bastante lejos de cualquier deidad.
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La consigna del amor irracional es definitiva: si no hay abdicación del yo, si la subordinación al amor no es radical, entonces ese amor no es verdadero. Mujer, olvida eso que decía creo que Rousseau: “Estás hecha para amar”. Es un romanticismo a ultranza, descarado, ilimitado, febril que todo lo justifica… Las mitologías del amor son altamente nocivas para la salud mental y todavía están presentes en el imaginario de infinidad de mujeres.
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No se trata de vivir sin amor, ni mucho menos de negar el hecho de que en algunas relaciones “arder” es mejor que “durar”.
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En una relación de pareja constructiva, lo que interesa es la conveniencia / congruencia interpersonal. Es decir, qué tanto la persona que amas le viene bien a tu vida y qué tanto concuerda con tus metas, intereses y necesidades, e igual para la otra parte. También se debe hablar del sentido vital del amor: se pierde cuando no te quieren, cuando la realización personal se ve obstaculizada y cuando se vulneran tus principios y valores.
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No se trata de destruir el amor, sino de ponerlo en su sitio, acomodarlo a formas de vida dignas, pragmáticas e inteligentes. Conseguir un amor justo y placentero que no implique la autodestrucción de la propia esencia, ni que excluya de raíz los proyectos de vida. El amor no es Dios ni lo justifica todo.
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No desdeñemos la experiencia amorosa en sí misma, sino las secuelas de su idealización sin fronteras.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Tario y yo...


Mañana, en la Casa Museo Leon Trostky por los rumbos de Coyoacán, continúa el Encuentro Internacional de Editores Independientes. Presentaré, como a las cinco de la tarde, la ponencia titulada “Los aforismos de Francisco Tario y su lugar dentro de la literatura mexicana del siglo XX” la cual servirá de presentación a la investigación que concluí en 2007. Necesito otras veinticuatro horas más de tiempo…

domingo, 14 de noviembre de 2010

Todo lo que no es desgarrador es superfluo…


Si me remonto a mi infancia y adolescencia constato que he sentido siempre un malestar que los años han delimitado y acentuado: se inmiscuye en la vida y la trastorna.
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Acabo de recibir unas notas de un amigo al que conozco hace tiempo. Me dice que no cree nada de lo que he escrito y lo que le he referido. Dice que “te conozco y sé que eres muy alegre”. Sea cual sea mi estado de ánimo, siempre me ejercito en ocultarlo tras un comportamiento histriónico. Soy esclavo de mis nervios, pero puedo disimularlo. Se vuelve comedia: por ejemplo, voy a la junta en un estado de desesperación absoluta o cuento en la clase historias frívolas sin interrupción cuando estoy indiferente o abúlico ante la apatía reinante. ¿Será pudor, será defensa? Supongo que mi dependencia de la fisiología es aplastante.
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Contaba Kierkegaard que al regresar a casa, después de haber hecho reír a todo el mundo en un salón, sólo tenía ganas de suicidarse.
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La melancolía es un tedio refinado, un sentimiento de que no se pertenece a este mundo. En un estado así, la expresión “nuestros semejantes” no tiene ningún sentido. Es una sensación de exilio irremediable.
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Las cosas ocurren sin piedad: de un modo irreparable triunfa lo falso, lo arbitrario, lo fatal. La historia del hombre comenzó con una caída.

martes, 9 de noviembre de 2010

Imagina a Sísifo feliz...



Lancé una mirada alrededor. Ayer, en esa tarde, hice lo mismo en dos distintos momentos. Había llegado el momento de partir. Me puse triste. Fue como recordar esas películas o series de TV en donde un individuo es arrojado de su hogar y queda sólo en la calle, ante la intemperie, entre la nieve, bajo la noche. Mientras estaba en el centro del solitario salón de la universidad, esforzándome en cargarme a mí mismo, se me ocurrió pensar que en el mundo hay muchos hombres que no tienen una persona que cuide de ellos.
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Pero no fue sólo eso. Muchos poetas-filósofos, el propio Nietzsche, dicen que uno debe sentirse satisfecho de pasar tribulaciones. Algo así como que el sufrimiento purifica y cosas por el estilo. Todavía hay algunas espantosas privaciones que no puedo comprender: como las penurias de los pobres, y no me refiero al sentido económico. Los años están empedrados de muerte.
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Quizás, de acuerdo con Kafka, solamente en esta tierra el dolor es dolor. Lo que en esta vida se llama “dolor” en otra (suponiendo que existiera) seguramente se convierte en beatitud.
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La verdadera desesperación no nace frente a una terca adversidad, ni en el agotamiento que produce una lucha desigual. Se origina en el hecho de ya no conocer las razones para luchar ni si, cabalmente, es preciso luchar. Fue un día oscuro, como si el invierno reinara en ese lugar y también en mi interior. Pensaba seriamente en la posibilidad de quitarme de enmedio. Simplemente me había abandonado la facultad de revestir mi existencia con la idea de una vida llena de sentido. Considero que me cuesta demasiados ajetreos en comparación con las pocas alegrías que puede proporcionarme.
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Es Bonifaz Nuño:
“Me canso de estar hablando solo; / me fatiga ya, por conocido, / el trabajo absurdo de estar queriendo, / tomando y perdiendo las esperanzas; / como el buscador de conchas marinas / - juntador de pobres tesoros cóncavos - / que al mover la arena ya lo sabe: / siempre estará rota la más hermosa.”
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Tengo un problema: a veces no puedo trivializar las cosas. Últimamente me molesta la banalidad ajena. Y al mismo tiempo he visto como la estupidez es su adjunta, le ha rondado cerca. Soy un intolerante en esas cuestiones. ¿Por qué?
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Los dioses castigaron a Sísifo a empujar perpetuamente una roca hasta lo alto de una montaña, desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Pensaron, con cierta razón, que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza. ¿Es el precio que hay que pagar por las pasiones de esta tierra? ¿Al final de este prolongado esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, se llegará a la meta? ¿Conozco ya toda la amplitud de mi condición? Siempre pienso en esto mientras desciendo. No hay sol sin sombra y es menester conocer la noche. Tal vez no hay destino que no se supere mediante el desprecio…

domingo, 7 de noviembre de 2010

El llorar nos redimirá…


Una madre camella tiene un parto difícil. Los pastores nómadas que son sus dueños ayudan en el nacimiento de la cría. Nace finalmente un descendiente que es totalmente blanco. Pero la madre rechaza al recién nacido y no lo amamanta a pesar de los esfuerzos de la familia. Las esperanzas se han desvanecido así que el jefe del hogar envía a sus dos hijos en un viaje a través del desierto para que busquen a un músico, un violinista. Al regreso, éste interpreta con su violín una pieza tradicional que junto con los cánticos de la madre, hacen llorar a la madre camella. Cuando el pequeño camello blanco es presentado de nuevo a su madre, ella lo deja amamantarse…
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Darwin pensaba que los niños gritan para pedir ayuda tal como lo hacen las crías de otros animales pero prolongan sus gritos como ninguna otra especie: generan alta irrigación sanguínea en las glándulas lagrimales y contracciones musculares que estimulan el llanto. Es por esto que los nervios se acostumbran y provocan lagrimeo cada que hay sufrimiento. Darwin defendió la idea del llorar saludable: “El llanto representa y alivia el pesar humano, y libera tensión”.
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Para Freud el sollozo ejerce la función de liberar emociones. Posteriormente, las investigaciones encuentran una relación entre el contener el llanto y la aparición de trastornos generados por estrés, como úlcera duodenal y asma. Los individuos que no manifiestan sus sentimientos son más propensos a experimentar angustias y tensiones internas, teniendo mayores posibilidades de sufrir que quienes se caracterizan por su expresividad.
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La composición de las lágrimas es distinta: las “de pena” contienen hormonas responsables del estrés y del dolor. Es de suponerse que las lágrimas emocionales ayudan a calmar el dolor y eliminar el estrés. Los que reprimen el llanto acumulan en el cuerpo esas sustancias y mantienen la tensión física y psíquica, prolongando el malestar. Las culturas menos sofisticadas emplearon y emplean mucho la expresión corporal, la danza y el llanto como manifestaciones de distintos estados emocionales. Por el contrario, las culturas más avanzadas intelectualmente han optado por verbalizar sus emociones. Paulatinamente se ha ido incorporando la noción de que lo primitivo, lo infantil, lo débil, es llorar.
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¿Por qué hay determinadas expresiones que no pueden ser descritas solamente por las palabras y se complementan con el llanto? ¿Puede el alto nivel de estrés durante la niñez, y más adelante aún, si se mantiene por largos períodos de tiempo, producir un daño al intelecto en la edad adulta? Y, ¿puede dicho daño ser reparado a través del llanto?
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Llorar deriva del latín plorare, que significa lamentarse, despertar compasión. ¿Por esto tiene efectos sociales negativos? El llanto es un proceso fisiológico en donde después de una subida, viene una relajación profunda, sobre todo si se da un tipo determinado de llanto. Es muy efectivo para mejorar la tensión, la presión sanguínea…
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Tom Lutz, quien investigó sobre el llanto, propone que éste ya no es monopolio exclusivo de las mujeres. En muchos contextos ser calificado como hombre sensible es un auténtico halago. “Desde todos los ángulos como los culturales, filosóficos y religiosos se le atribuye al llanto un efecto de catarsis, de liberación de las emociones.” Santo Tomás afirmaba que lo doloroso duele aún más cuando lo mantenemos encerrado. El llanto no es una emoción, es la expresión de una emoción. Al reconocer mi propia necesidad de llorar, entiendo mejor los sentimientos de otras personas.
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El Gran Combo canta en Aguacero de tardes grises que socavan ilusiones perdidas, de recuerdos que vuelven, de cómo se alejan los sentimientos añejos junto con el sufrimiento que conllevan… Yo, como ellos, salgo en las tardes así y todo es más fácil porque debajo del aguacero las lágrimas no se notan ni tampoco se advierte como gota a gota se muere el alma lentamente…

jueves, 4 de noviembre de 2010

El sábado de la tregua melancólica (la nostalgia revisitada)...



Me inundaba cierto estupor y aún así adivinaba el sol irascible del mediodía, regurgitando sobre el cielo grisáceo. Podía sentir la sangre y su flujo: era toda regularidad. También podía sentir la sed. Por primera vez, al cabo de mucho tiempo, pensé en M. Al recordarla imaginé que sus recuerdos deberían ser como una mancha que ya se lavó.
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En ese momento se acercó un alumno. Tuve un pequeño sobresalto cuando lo vi. Lo percibió y me dijo que si podía posar para la foto. Y entonces yo traté de sonreír y dudé porque pienso que no sé hacerlo. Los flashazos, el vahído, el dolor de estómago, la promesa de otra vida… Volteó bruscamente y me miró a la cara y sólo dijo “gracias” y me parece que ya no pudo articular palabras. Sobrevinieron abrazos y felicitaciones.
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En algún momento, me parece que cuando estaba el número musical, salí del salón para tomar aire. A orilla de la calle contemplé la vegetación y cómo se calcinaba por el calor de lo que no era todavía el mediodía. Olores de noche y de tierra llegaban hasta mí. Era una paz maravillosa. Tuve ganas de fumar pero no tenía cigarros y además eso hubiera dado una imagen “poco conveniente” para los alumnos. Cuando regresé, la ceremonia se sucedía minuto a minuto. Los padres de familia como público contemplaban a sus hijos. Creo que me hizo mal colocarme a un lado de la mesa de la comida porque los olores llegaban hasta mí y me perturbaban.
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Durante meses miré las paredes de esas aulas. Nada ni nadie hay en el mundo que las conozca mejor. Y seguramente desde hace mucho tiempo escudriñaba ecos y rostros en ellas. ¿Había buscado en vano? Dentro de esas cuatro paredes reflexionaba laboriosa, y quizás odiosamente, sobre la condición humana, su capacidad para producir dolor y las posibilidades de existencia en sociedad de los individuos. Hoy, este día sábado, todas las afrentas se restañaban y se pasaban por alto. Era el fin, la clausura.
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El corazón se volcaba en estremecimientos de alegría y de cólera. Ellos habían vivido de una manera y hubieran podido vivir de otra. Habían hecho esto y no habían hecho aquello. No habían hecho una cosa cuando habían hecho otra. ¿Y todo para qué? Como si todos esos alumnos hubieran estado esperando todo el tiempo este minuto, estas primeras horas del día, en que serían justificados.
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Me sentía tan ajeno a todo hasta que ella se acercó. Era K. y su rostro transpiraba dolor. Sus lágrimas se desgranaban una tras otra. Sollozaba copiosamente y alcanzó a decir que se va a vivir al norte del país. Me tomó por sorpresa, estupefacto. Miré sus ojos de tragedia, de ángel caído. Y no pude más que enternecerme y casi por contagio asomaba el mismo estremecimiento. Nos abrazamos y ya no recuerdo que le dije al oído. Me imagino que entre la muchedumbre trató de localizar a sus amigos y amigas para la despedida. Fue un mínimo instante: no volví ni volveré a verla…
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Y así, con unas cuantas variaciones, fui testigo de algunos adioses similares y dramáticos. Entonces creí comprender porqué hay que recomenzar. Allá, en torno a ese pequeño salón de eventos, las vidas se extinguían y se celebraba una tregua salpicada de melancolía, nostalgia y añoranza. Las dedicatorias, las imágenes, la comida, los abrazos, los rostros de los familiares, las últimas palabras… Era el fin. Eso es el fin. Tan próximo este momento, muchos debieron sentirse liberados y dispuestos a revivir de otra manera, o tal vez no porque los obligaban sus padres. Nadie tenía derecho a llorarlos más que ellos, a sí mismos. Los encontré, de súbito, tan semejantes a mí, tan fraternos: yo también me sentí dispuesto a revivir todo. Abandonar las clases de pronto y empezar de cero. Perder los asideros y caer lejos, lejos, para iniciar de nuevo.
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Cuídense mucho. Cuídate mucho K.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Mira muerte, no seas tan inhumana...


Para los vivos la muerte no puede significar nada por la sencilla razón de que todavía no han muerto. Podemos hablar más o menos de la vida y aún hay mucho que se escapa, hay mucho de lo que no podemos hablar. Lo más importante no es la muerte, quizás sea el morir, es decir, vivir la muerte. No soy creyente, no espero nada de una vida de ultratumba, sólo pediría (si es que eso se puede pedir a alguien) tener una muerte discreta, como alguien que en su momento debe salir de la vida, así, sin más. Lo que nosotros estamos haciendo en la vida (Saramago dixit) es cavar una viña que está entre la nada y la nada, y ya.
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El finado Monsiváis criticó la idea de que “el mexicano no teme la muerte”. Esta imagen surgió durante la revolución mexicana, cuando era de un gran estoicismo ser impasible ante las escuadras de fusilamiento, incluso el asesinato político abonaba a ello. Esto tenía que ver con el deseo natural de arrebatar a los asesinos su triunfo adicional de ver humilladas a las víctimas. Luego vendría Paz que codificaría la visión turística de la muerte, a consumir por propios y extraños.
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Me parece que los “días de muertos” de México ya tienen pocos elementos precolombinos. Si acaso, los que tienen no son importantes: se trata de un festival católico que ciertas personas sienten profundamente. No hay coqueteos con la muerte: afirmar, como lo hizo alguna vez José Alfredo Jiménez, que la “vida no vale nada” equivale poco menos que a legitimar a un Estado opresor que ha hecho todo lo que ha podido por deshumanizar a este pueblo.
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Son tres posturas sobre la importancia de la muerte en México: en primer lugar, el origen y significado de las conmemoraciones funerarias populares y sus implicaciones para la relación entre la vida y la muerte; en segundo lugar, cuál es la naturaleza del vínculo entre esa cultura de la muerte y la formación de la identidad nacional (en sus formas oficial, popular y comercial). La tercera se refiere a la política de nacionalización de la intimidad del mexicano con la muerte o su indiferencia hacia ella.
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¿La cultura popular de la muerte es maleable y refleja las condiciones del orden dominante? ¿Hay una versión exaltada y artificiosa de “nuestras tradiciones” más que de “nuestras convicciones”? ¿Las actitudes del mexicano hacia la muerte lo exaltan como “exótico”? ¿O será que la construcción cultural de la muerte dio forma al Estado y a la cultura popular? ¿La muerte es un tótem nacional?
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Calaveras y diablitos invaden mi corazón, ¡ay!