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domingo, 25 de septiembre de 2011

La soledad otra vez será un fruto amargo…



No siempre es fácil distinguir lo que es pétreo de lo que es líquido.
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Me pregunto si ha valido la pena. Durante los últimos meses (¿años?) he crucificado la vida personal en aras de lo laboral: demostrar (o al menos mostrar) una imagen competente y de eficacia, para después constatar que probablemente no tiene sentido hacer ciertas cosas porque los otros son ciegos y sordos… Como si todos los esfuerzos fueran estériles porque se levanta una y otra vez ese muro de indiferencia que exige en su entrada: “Dejad afuera toda esperanza”. Y caminar por el sendero de la claudicación y el descuido, éxodo y distancia… Velar por la calidad de los vínculos es cuidar de los lazos invisibles que nos unen con aquellos a quienes queremos. Y esto depende de uno mismo. Aquí es donde creo que he fallado: mi vida emocional, mi estado de ánimo y mi salud psicosomática han caído fulminados. Esto, que es un poco la belleza del mundo, ha muerto alrededor…

viernes, 16 de septiembre de 2011

Cada época tiene las lucideces que se merece…



Ayer, algo de lo que me preocupaba era terminar con la voz disminuida debido a las siete horas continuas de clase. Les pregunté a los alumnos de las distintas sesiones qué era la mexicanidad. Recibí algunas respuestas predecibles. Alguien me dijo que dudaba de que el término existiera (creo que se refería a lo lingüístico), otros dijeron que la comida, unos que francamente no sabían (que más bien eso les parecía como un traje dispuesto según la ocasión); unos me hablaron de la marimba, otros de la cultura (y después especificaron que se referían al folclor, a las tradiciones)…
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Antes de las 4 de la tarde, charlé con el grupo de Lectura sobre Camus e intenté explicar cómo elabora en su obra el término extranjero. Lo relacioné con una canción de The Cure y utilicé fragmentos de la película de Visconti (algunos me pidieron que dejara la cinta completa pero yo dudé). No sé si lo hice bien. Al final dije algo con lo que no estaba de acuerdo (pero no sé porqué lo mencioné): que la visión existencialista de Camus quizás ya no estaba vigente. Antes de ello dije algo del contexto de la obra, de la biografía del autor, de la actitud de Mersault… Cuando acabó la clase, se acercó un chavito vestido acorde con la moda del reggaeton y me preguntó si tenía el libro.
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¿Qué tipo de origen marca agudamente y dota de un agudo sentido de desubicación?
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La apatía es la negación de nuestras emociones, es el desierto. Es el fuego apagado, el alma adormecida. El apático tiene desinterés por la vida porque habita una especie de limbo, en donde la pasión ha sido desterrada y donde el entusiasmo es desconocido. Nada merece su esfuerzo y se arrastra por la vida.
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Cuando se dice que la apatía es la ausencia de pasión, de voluntad o de energía, es una concepción propiamente moderna que cree que toda energía o voluntad es pasional. Apatía, en su sentido etimológico (apatheia), era una virtud para los estoicos : creían más en el valor que en las pasiones. Para actuar no tenían necesidad de dejarse arrastrar. Sólo es posible conocer verdaderamente lo que se supera.
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Mersault no entabla ninguna relación real con nada de cuanto le rodea. Su estado es de total aislamiento, es un extranjero, y se limita a vivir su vida simplemente porque "sí", sin crear lazos afectivos ni psicológicos con nada ni nadie. Es pasivo ante la vida; al final siempre viene la muerte, tarde o temprano.
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El gran problema es que el hastío o la simple rutina nos hace aceptar la vida tal y como nos es dada sin hacernos más preguntas.

martes, 13 de septiembre de 2011

Una vez más todo el problema consistía en matar el tiempo…



Como los días que corren han sido una vorágine pavorosa, debo cavilar un poco sobre nuevas formas de organización laboral. De pronto estaba en el vórtice del ritmo de las clases, sentenciado a vivir el día sin respiro, sin aliento. Cuando aparecen nuevas materias dentro de mis obligaciones, estoy orillado a padecer el empezar de cero con un libro forastero, por ejemplo, y darle sentido a la forma en que comunicaré la materia. Y ello implica la inversión desmedida de recursos de todo tipo. Lamento que el tiempo libre, lo que queda de ocio, se extinga en el aire que no se ve, que no se mezcla más.
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El próximo jueves presentaré en la clase de Lectura mi charla (¿o monólogo?). En realidad, lo que demostrará cada pareja de alumnos será un diálogo sobre una obra literaria o un texto de otro ámbito, pero resulta que la frase “presentar un diálogo” a algunos de ellos les generó una mueca de desconcierto. Algunos no pueden visualizarlo, pareciera que su imaginación está amputada. Entonces necesitan un “modelo” de diálogo. Yo decidí de tajo que mi ejemplo sería individual porque tuve la idea de que no encontraré un interlocutor para involucrarlo en mi charla. ¿Quién? Y miré alrededor y respiré la vaguedad.
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Voy a platicar sobre ese pequeño libro llamado “El extranjero”. Es luminoso, es capital. La prosa de Camus es como escribir en piedra durante la hora de más calor. En la novela se puede respirar un sentimiento de alienación, de sinsentido, dentro de un mundo frío y cruel. De algún modo el existencialismo sugiere que la existencia humana es un deslizarse de forma monótona a lo largo de una espera irracional en la que nada de lo que pueda hacer el hombre es capaz de generar diferencia alguna.
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Por otro lado, en las últimas semanas creo que he hablado de la comunicación como en ninguna otra época lo había hecho. Estoy saturado. Y también luego resulta que me paro frente al grupo y no sé si fue ahí donde ya conté la historia del picapedrero o la de los brahmanes o la del teatro que se incendia o la de la sabiduría y la erudición o la de la voluntad de vivir… Y caigo en cuenta que necesito más historias…
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¿Quién podría afirmar que una eternidad de dicha puede compensar un instante de dolor humano? Camus, alabado sea tu nombre por toda la eternidad.