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lunes, 21 de noviembre de 2011

¿Sería posible que este mundo nos diera alegría si no estuviéramos refugiados en él?...



Puede ser que vivamos inmersos en una alienación total sin darnos cuenta de ello porque no podemos explicarla ni percatarnos de que la sufrimos particularmente. Cada hombre vive su alienación, aunque no sepa narrarla ni contarla a los otros. Quizá esto es lo característico de un malestar así: la ignorancia en que se manifiesta y que condesciende su existencia material.
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Un hombre alienado comienza por sentir la incomodidad, la molestia, una irritación sin saber por qué. Es un sentimiento apenas perceptible de desacuerdo entre el propio ser y el mundo social que le rodea. Brotan dudas y estalla una escisión interior. Puede ser que durante años y mientras transcurre la vida, el hombre se conforme al mundo y lo acepte tal como está constituido. Entonces pueden suceder dos cosas: la alienación se desvanece pero aparece en formas más insidiosas. O que la disconformidad se reafirme por los acontecimientos vividos. En el segundo caso se trata de tomar conciencia sobre la propia extrañeza de ser.
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Si el hombre no se encontrase ajeno en su mundo, alienado, no estaría en situación de preguntarse y de intentar comprender. El artista, literato o poeta, representan la pureza del idealismo juvenil: sus esperanzas al medirse con la realidad se destruyen o corrompen. El sufrimiento que causa esta ruptura expresa la intensidad de una desvalorización humana. Mientras más sanas sean las ilusiones del creador con mayor crudeza podrá reflejar el drama de la alienación. En suma, hay un abismo entre el idealismo y el mundo real y esto aprisiona y limita. El escritor vive como un simple hombre cualquiera, confundido entre la masa humana y percibe como nadie el creciente dolor de los hombres.
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La alienación en la obra de arte expresa una universalidad humana que desborda su concepto originario, para mostrarnos palpablemente que el hombre no es todavía el ser humano que puede llegar a ser. Se trata de medir el abismo que separa la situación presente del hombre y su posibilidad futura. Fijar las distancias entre la realidad humana y sus ilusiones.
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Cesare Pavese tenía razón cuando escribió en su diario: “Quien no sabe vivir con caridad y abrazar el dolor de los demás, es castigado sintiendo con violencia intolerable el propio. El dolor sólo puede ser acogido elevándolo a suerte común y compadeciendo a los otros que sufren.”

domingo, 6 de noviembre de 2011

Palabras para tapizar el vacío…


Una de las formas que puede hacer perder la confianza en la vida es la presencia del dolor o de lo doloroso. Cuando ese momento brota, se instala una sospecha de que los acontecimientos cotidianos son dirigidos por fuerzas incontrolables. Llega, a continuación, la pérdida del sentido. Ésta es como una escena con los personajes de Beckett: se reúnen siempre en el mismo lugar y se dicen las mismas palabras inútiles.
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Si es cierto que la verdad es mala para la vida, como dice Baroja, entonces es cierto que el deseo de conocer conduce al sufrimiento: cuanto más se sabe más se sufre. A veces pienso en la Ignorancia y tal vez, como sugiere Rimbaud, me dan ganas de sentarme en sus piernas. Sin embargo, algo me frena porque esa orgullosa dama conduce a la felicidad imbécil y culpable. De esto último, me he encontrado muchos ejemplos variopintos estos días.
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Gran cantidad de energía he tenido que dedicar al simple hecho de subsistir. Seguramente las personas obsesionadas por la satisfacción de sus necesidades básicas viven sin una vocación. Su actividad mental se limita a planear los modos de conseguir comida o urdir una estratagema para robar. Su afectividad, igualmente, es esquemática: están dominados por emociones toscas que expresan lo elemental: amor/odio, deseo/satisfacción.
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La consecuencia de lo anterior (y esto es lo peor) será una humanidad disminuida. La supervivencia ocupará la vida de cada ser impidiéndole su desarrollo y sólo quedará el vivir a salto de mata, la marginación o el acomodo. Tal vez serán seres capaces de coraje, independencia y autonomía pero quedaran bloqueados en la indiferencia, la violencia o la angustia. No concebirán algo valioso porque ahogarán sus impulsos en el fondo del alma. Entonces, ahí morirán.
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De pronto, fue como verse al espejo…