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domingo, 6 de noviembre de 2011

Palabras para tapizar el vacío…


Una de las formas que puede hacer perder la confianza en la vida es la presencia del dolor o de lo doloroso. Cuando ese momento brota, se instala una sospecha de que los acontecimientos cotidianos son dirigidos por fuerzas incontrolables. Llega, a continuación, la pérdida del sentido. Ésta es como una escena con los personajes de Beckett: se reúnen siempre en el mismo lugar y se dicen las mismas palabras inútiles.
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Si es cierto que la verdad es mala para la vida, como dice Baroja, entonces es cierto que el deseo de conocer conduce al sufrimiento: cuanto más se sabe más se sufre. A veces pienso en la Ignorancia y tal vez, como sugiere Rimbaud, me dan ganas de sentarme en sus piernas. Sin embargo, algo me frena porque esa orgullosa dama conduce a la felicidad imbécil y culpable. De esto último, me he encontrado muchos ejemplos variopintos estos días.
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Gran cantidad de energía he tenido que dedicar al simple hecho de subsistir. Seguramente las personas obsesionadas por la satisfacción de sus necesidades básicas viven sin una vocación. Su actividad mental se limita a planear los modos de conseguir comida o urdir una estratagema para robar. Su afectividad, igualmente, es esquemática: están dominados por emociones toscas que expresan lo elemental: amor/odio, deseo/satisfacción.
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La consecuencia de lo anterior (y esto es lo peor) será una humanidad disminuida. La supervivencia ocupará la vida de cada ser impidiéndole su desarrollo y sólo quedará el vivir a salto de mata, la marginación o el acomodo. Tal vez serán seres capaces de coraje, independencia y autonomía pero quedaran bloqueados en la indiferencia, la violencia o la angustia. No concebirán algo valioso porque ahogarán sus impulsos en el fondo del alma. Entonces, ahí morirán.
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De pronto, fue como verse al espejo…

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