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jueves, 18 de agosto de 2011

Anticatecismo para lectores remisos (1)…



Volteas hacia este lado y ves una cara tipo hedonismo poético:
La palabra seduce y la lectura debe ser placentera.
Miras hacia arriba y dice una vocecilla exigente y racionalista:
Lo importante es animar al lector y por eso orientémoslo hacia la comprensión.
Y luego prefieres bajar la cabeza y te grita el misticismo libertario:
Leer para que nadie sea esclavo.
Y miras alrededor y están las consignas políticas contra la exclusión y la alienación. Tan excluyentes todas, pareciera que la invitación a leer ofreciera como recompensa el ingreso a un grupo “especial” de ciudadanos.
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Los deseos de los futuros lectores se dan dentro de una relación y no de manera casual o por obligación. Y el deseo también puede ser una necesidad de intensificar el dolor o la insatisfacción. A partir de esto se dispara la voluntad de crear un sentido, una acción, una obra que se devuelve como vida para la propia vida. La lectura se alimenta de placer y de displacer, pues. Esto también implica la posibilidad de encontrar tropiezos con el texto porque es difícil de comprender, muy triste o truculento o porque es irrelevante en cierto momento.
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¿La lectura es afición o hábito?
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Estamos receptivos a los libros dependiendo del dolor o la alegría con que los leamos. No faltarán los que saturen nuestra desolación, como pasa con la música. Estamos predispuestos a leer la dicha o la desdicha porque no hacemos otra cosa que mirarnos en el espejo y preguntarnos cómo acabaremos nosotros después de leer.
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¿Qué libro te ha hecho llorar?
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Algunos libros, más que otros, me hablan a mí en particular.
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¿Será provechoso leer al Marqués de Sade o a Bukowski en Literatura I para el bachillerato?
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Decía Omar Khayyam: “El dedo en movimiento escribe; y, habiendo escrito, prosigue: ni toda su piedad ni ingenio le llevarán atrás para cancelar ni media línea, ni todas sus lágrimas borrarán una sola palabra”.

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