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martes, 13 de septiembre de 2011

Una vez más todo el problema consistía en matar el tiempo…



Como los días que corren han sido una vorágine pavorosa, debo cavilar un poco sobre nuevas formas de organización laboral. De pronto estaba en el vórtice del ritmo de las clases, sentenciado a vivir el día sin respiro, sin aliento. Cuando aparecen nuevas materias dentro de mis obligaciones, estoy orillado a padecer el empezar de cero con un libro forastero, por ejemplo, y darle sentido a la forma en que comunicaré la materia. Y ello implica la inversión desmedida de recursos de todo tipo. Lamento que el tiempo libre, lo que queda de ocio, se extinga en el aire que no se ve, que no se mezcla más.
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El próximo jueves presentaré en la clase de Lectura mi charla (¿o monólogo?). En realidad, lo que demostrará cada pareja de alumnos será un diálogo sobre una obra literaria o un texto de otro ámbito, pero resulta que la frase “presentar un diálogo” a algunos de ellos les generó una mueca de desconcierto. Algunos no pueden visualizarlo, pareciera que su imaginación está amputada. Entonces necesitan un “modelo” de diálogo. Yo decidí de tajo que mi ejemplo sería individual porque tuve la idea de que no encontraré un interlocutor para involucrarlo en mi charla. ¿Quién? Y miré alrededor y respiré la vaguedad.
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Voy a platicar sobre ese pequeño libro llamado “El extranjero”. Es luminoso, es capital. La prosa de Camus es como escribir en piedra durante la hora de más calor. En la novela se puede respirar un sentimiento de alienación, de sinsentido, dentro de un mundo frío y cruel. De algún modo el existencialismo sugiere que la existencia humana es un deslizarse de forma monótona a lo largo de una espera irracional en la que nada de lo que pueda hacer el hombre es capaz de generar diferencia alguna.
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Por otro lado, en las últimas semanas creo que he hablado de la comunicación como en ninguna otra época lo había hecho. Estoy saturado. Y también luego resulta que me paro frente al grupo y no sé si fue ahí donde ya conté la historia del picapedrero o la de los brahmanes o la del teatro que se incendia o la de la sabiduría y la erudición o la de la voluntad de vivir… Y caigo en cuenta que necesito más historias…
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¿Quién podría afirmar que una eternidad de dicha puede compensar un instante de dolor humano? Camus, alabado sea tu nombre por toda la eternidad.

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