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miércoles, 2 de marzo de 2011

Hoy no hay algo que decir…


Las mentes simples reafirman su “insoportable levedad” ya sea elaborando conclusiones ilógicas, o ven la vida en “blanco y negro” o cambian de tema o se deciden por un infantilismo mental: éste es lo que Piaget llamó etapa de desarrollo preoperacional porque es rica en pensamiento inmaduro, razonamiento con escaso nivel de abstracción y esquemas rígidos o primitivistas.
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La banalidad es lo más cruel que existe porque termina por exterminar el sentido y el destino, decía Baudrillard.
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En alguna clase les pedí a un grupo de seis alumnos que representaran un sociodrama. El propósito era identificar los elementos estructurales del cuento para que ellos los utilizaran en un pastiche. Se les pidió una situación dramática que generara tensión en el espectador. Y cuando llegó el momento, ellos presentaron una versión insulsa del final de la telenovela Teresa… De lo que no se puede hablar, mejor es callar dijo Wittgenstein.
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Ahora pienso en las palabras que uso con cierta vaguedad y en las consecuencias que eso trae. El imperio de lo trivial significa que vivimos bajo el imperio de lo intrascendente, de la pérdida de significación. Es la pérdida de la memoria de la significación de las palabras. En la tradición judía, en el Viejo Testamento, hay un concepto que está por encima de todos: no olvidar.
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Saber qué olvidar es saber qué recordar.
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Otra vez, en la tradición judía (Galliano no leas esto) se dice que cada ser humano nace conociendo todo el contenido de los libros sagrados, pero en el momento en que nace, un ángel lo toca con un dedo, o lo besa, y olvida todo. Entonces la vida es un largo esfuerzo por recordar lo que en realidad ya se sabe. Tal vez educar es sacar afuera todo aquello que ya estaba pero que se había olvidado.
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No tenemos un punto de llegada. Sólo tenemos un puro andar. La existencia es el sentido que se le otorga a esa búsqueda.

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