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jueves, 27 de enero de 2011

Tómame de la mano y, anda, llévame a dormir…



A veces deseo, como Baudelaire, que la regla sea: “No hay más que orden y belleza, exceso, silencio y voluptuosidad”. Pero no se logra, snif.
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Si tomo la siguiente premisa como veraz: las responsabilidades de elegir y de razonar son esenciales para llevar una vida humana, entonces puedo decir que últimamente ando como entre cadáveres, proscripto errabundo de mi mente oscura.
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Debemos ver con claridad que tenemos muchas filiaciones distintas y que podemos interactuar entre nosotros de muchas maneras. De lo contrario no habrá más que llanuras sombrías, confusas alarmas.
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Wilde ya lo dijo: “la mayoría de las personas son otras”. Porque sus pensamientos son las opiniones de otros; sus vidas, una imitación; sus pasiones, una cita. Estamos influidos en una medida sorprendente por los individuos con los que nos identificamos.
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Si algunos siguen insistiendo más en las diferencias, seguiremos proyectados al mundo de la incomunicación, a veces al de la indiferencia, pero más a menudo al de la ira de los dioses y la violencia.
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A mí me sucede la frialdad porque me rodea un mundo indiferente. Mi punto de partida es: según la ética discursiva que propone Habermas, para que exista diálogo, el lenguaje de los involucrados debe ser entendible, sincero y verdadero. Si alguna de las partes no es veraz, se está perdiendo el tiempo. Si el otro no está interesado, no te toma en serio, no dice lo que piensa y siente, esconde alguna mala intención o no te escucha con el interés necesario entonces significa que dilapidas tus minutos. Imaginen mi terrible contrición y mi cansancio.
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No hay peor desprecio que no hacer aprecio.
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¿Somos material para una sociedad?

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