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martes, 23 de noviembre de 2010

Sabines, los amorosos no deben callar...



¿Si no se rompe, cómo logrará abrirse el corazón?
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Saber que me entiendes me libera de todo testimonio, de toda duda, me hace pensar que me aceptas, que somos semejantes.
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Decía Aristóteles que amar es alegrarse y esa alegría, ese júbilo, tiene mucho que ver con el número y la cantidad de las recompensas materiales, emocionales o ambas.
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El buen amigo no oculta sus defectos, los pone sobre la mesa para señalarnos el peligro de creer en él más allá de lo conveniente. No necesitamos amigos que sean un dechado de virtudes, no serían confiables. Necesitamos amigos sinceros, jamás perfectos.
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A continuación, dos caminos que se entrelazan y ninguno es infalible. Por un lado, el corazón que intuye, la fe, aunque a veces se equivoque. Por el otro, el tiempo, los momentos de convivencia, las vicisitudes, la vida compartida, la realidad que se va haciendo philia y superando el examen. El amor es un riesgo que hay que vivir.
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Es tan bello lo que dicen los poetas, pero no amamos con el corazón sino con el cerebro. Si el amor es sólo sentimiento y emoción pura, quedaríamos a merced de esos altibajos y fluctuaciones. Y muchos mueren en ese torbellino. El amor completo incluye pasión (eros), amistad (philia) y ternura (ágape). No llega de improviso como un demonio que se apodere de las personas. Existe la voluntad de amar o de no amar. No sólo el amor nos “posee”, también lo poseemos a él: nadie es víctima del amor sin su propio consentimiento.
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Si el amor justificara todo, estaría por encima de los derechos humanos, la justicia y la ética. No importa lo que digan los románticos: ser incondicional en el amor (amparado en esa quimera que es el amor verdadero) promueve el sufrimiento feliz, el desinterés por uno mismo y la renuncia al yo.
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El amor pasional, la manía, el arrebato que nos transporta y apega es sólo una parte de la experiencia afectiva. El amor sin límites es un mito que ha hecho que muchas personas establezcan relaciones dañinas e irracionales. Se promulga el culto al sacrificio y la abnegación sin fronteras. Se dice: vivo para ti o mi felicidad es tu felicidad… Es andrógino ese amor, una dependencia feliz, una adicción sagrada. ¿Y si me equivoqué cómo escapo después?
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¿Dios es amor? El amor interpersonal, el que profesamos en el día a día, aquí en la tierra, está bastante lejos de cualquier deidad.
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La consigna del amor irracional es definitiva: si no hay abdicación del yo, si la subordinación al amor no es radical, entonces ese amor no es verdadero. Mujer, olvida eso que decía creo que Rousseau: “Estás hecha para amar”. Es un romanticismo a ultranza, descarado, ilimitado, febril que todo lo justifica… Las mitologías del amor son altamente nocivas para la salud mental y todavía están presentes en el imaginario de infinidad de mujeres.
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No se trata de vivir sin amor, ni mucho menos de negar el hecho de que en algunas relaciones “arder” es mejor que “durar”.
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En una relación de pareja constructiva, lo que interesa es la conveniencia / congruencia interpersonal. Es decir, qué tanto la persona que amas le viene bien a tu vida y qué tanto concuerda con tus metas, intereses y necesidades, e igual para la otra parte. También se debe hablar del sentido vital del amor: se pierde cuando no te quieren, cuando la realización personal se ve obstaculizada y cuando se vulneran tus principios y valores.
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No se trata de destruir el amor, sino de ponerlo en su sitio, acomodarlo a formas de vida dignas, pragmáticas e inteligentes. Conseguir un amor justo y placentero que no implique la autodestrucción de la propia esencia, ni que excluya de raíz los proyectos de vida. El amor no es Dios ni lo justifica todo.
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No desdeñemos la experiencia amorosa en sí misma, sino las secuelas de su idealización sin fronteras.

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