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martes, 9 de noviembre de 2010

Imagina a Sísifo feliz...



Lancé una mirada alrededor. Ayer, en esa tarde, hice lo mismo en dos distintos momentos. Había llegado el momento de partir. Me puse triste. Fue como recordar esas películas o series de TV en donde un individuo es arrojado de su hogar y queda sólo en la calle, ante la intemperie, entre la nieve, bajo la noche. Mientras estaba en el centro del solitario salón de la universidad, esforzándome en cargarme a mí mismo, se me ocurrió pensar que en el mundo hay muchos hombres que no tienen una persona que cuide de ellos.
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Pero no fue sólo eso. Muchos poetas-filósofos, el propio Nietzsche, dicen que uno debe sentirse satisfecho de pasar tribulaciones. Algo así como que el sufrimiento purifica y cosas por el estilo. Todavía hay algunas espantosas privaciones que no puedo comprender: como las penurias de los pobres, y no me refiero al sentido económico. Los años están empedrados de muerte.
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Quizás, de acuerdo con Kafka, solamente en esta tierra el dolor es dolor. Lo que en esta vida se llama “dolor” en otra (suponiendo que existiera) seguramente se convierte en beatitud.
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La verdadera desesperación no nace frente a una terca adversidad, ni en el agotamiento que produce una lucha desigual. Se origina en el hecho de ya no conocer las razones para luchar ni si, cabalmente, es preciso luchar. Fue un día oscuro, como si el invierno reinara en ese lugar y también en mi interior. Pensaba seriamente en la posibilidad de quitarme de enmedio. Simplemente me había abandonado la facultad de revestir mi existencia con la idea de una vida llena de sentido. Considero que me cuesta demasiados ajetreos en comparación con las pocas alegrías que puede proporcionarme.
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Es Bonifaz Nuño:
“Me canso de estar hablando solo; / me fatiga ya, por conocido, / el trabajo absurdo de estar queriendo, / tomando y perdiendo las esperanzas; / como el buscador de conchas marinas / - juntador de pobres tesoros cóncavos - / que al mover la arena ya lo sabe: / siempre estará rota la más hermosa.”
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Tengo un problema: a veces no puedo trivializar las cosas. Últimamente me molesta la banalidad ajena. Y al mismo tiempo he visto como la estupidez es su adjunta, le ha rondado cerca. Soy un intolerante en esas cuestiones. ¿Por qué?
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Los dioses castigaron a Sísifo a empujar perpetuamente una roca hasta lo alto de una montaña, desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Pensaron, con cierta razón, que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza. ¿Es el precio que hay que pagar por las pasiones de esta tierra? ¿Al final de este prolongado esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, se llegará a la meta? ¿Conozco ya toda la amplitud de mi condición? Siempre pienso en esto mientras desciendo. No hay sol sin sombra y es menester conocer la noche. Tal vez no hay destino que no se supere mediante el desprecio…

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