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lunes, 1 de noviembre de 2010

Mira muerte, no seas tan inhumana...


Para los vivos la muerte no puede significar nada por la sencilla razón de que todavía no han muerto. Podemos hablar más o menos de la vida y aún hay mucho que se escapa, hay mucho de lo que no podemos hablar. Lo más importante no es la muerte, quizás sea el morir, es decir, vivir la muerte. No soy creyente, no espero nada de una vida de ultratumba, sólo pediría (si es que eso se puede pedir a alguien) tener una muerte discreta, como alguien que en su momento debe salir de la vida, así, sin más. Lo que nosotros estamos haciendo en la vida (Saramago dixit) es cavar una viña que está entre la nada y la nada, y ya.
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El finado Monsiváis criticó la idea de que “el mexicano no teme la muerte”. Esta imagen surgió durante la revolución mexicana, cuando era de un gran estoicismo ser impasible ante las escuadras de fusilamiento, incluso el asesinato político abonaba a ello. Esto tenía que ver con el deseo natural de arrebatar a los asesinos su triunfo adicional de ver humilladas a las víctimas. Luego vendría Paz que codificaría la visión turística de la muerte, a consumir por propios y extraños.
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Me parece que los “días de muertos” de México ya tienen pocos elementos precolombinos. Si acaso, los que tienen no son importantes: se trata de un festival católico que ciertas personas sienten profundamente. No hay coqueteos con la muerte: afirmar, como lo hizo alguna vez José Alfredo Jiménez, que la “vida no vale nada” equivale poco menos que a legitimar a un Estado opresor que ha hecho todo lo que ha podido por deshumanizar a este pueblo.
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Son tres posturas sobre la importancia de la muerte en México: en primer lugar, el origen y significado de las conmemoraciones funerarias populares y sus implicaciones para la relación entre la vida y la muerte; en segundo lugar, cuál es la naturaleza del vínculo entre esa cultura de la muerte y la formación de la identidad nacional (en sus formas oficial, popular y comercial). La tercera se refiere a la política de nacionalización de la intimidad del mexicano con la muerte o su indiferencia hacia ella.
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¿La cultura popular de la muerte es maleable y refleja las condiciones del orden dominante? ¿Hay una versión exaltada y artificiosa de “nuestras tradiciones” más que de “nuestras convicciones”? ¿Las actitudes del mexicano hacia la muerte lo exaltan como “exótico”? ¿O será que la construcción cultural de la muerte dio forma al Estado y a la cultura popular? ¿La muerte es un tótem nacional?
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Calaveras y diablitos invaden mi corazón, ¡ay!

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