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martes, 30 de noviembre de 2010

Infundir el propio ser en otro...

Hoy, un poco antes de las siete de la noche, encendí la luz del salón (estábamos viendo un video) y de repente me descubrí mecánico e inercial. Fue como sentir un vértigo y de pronto pude verme a mí mismo desde fuera. Como si estuviera sentado en alguna de esas butacas. Fijé la vista en el profesor: él se sentó en una esquina del escritorio, comentó algo sobre el examen final que se efectuará la próxima semana. El docente se ve a sí mismo vacilante, como si se dijera ¿y qué hago aquí yo? Y todos dirigimos las miradas hacia él. Y lo escuchamos. Y él duda, explica la estructura del examen: “tradicionalmente vienen diez preguntas prácticas y otras tantas teóricas, bla bla bla…” Yo me dije: ¿qué estoy haciendo? ¿Esto es un mareo o un viaje astral? Qué loco…
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Pensaba en la siguiente cuestión: ¿cómo hacer para que todo lo que uno es se convierta en condición necesaria para el crecimiento de otro?
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En algún estado de la vida humana, la actitud tiene que ser más bien la de seguir.
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Martin Buber decía: “Estamos a la intemperie. Es una sensación de angustia perder el techo que nos cobijaba y protegía. Pero este mismo techo nos impedía ver las estrellas. Ser libre es asumir la incertidumbre de la intemperie”.
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Mañana, los Stone Temple Pilots…

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