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domingo, 10 de octubre de 2010

La juventud no es más que una palabra...


Es signo, pero no sólo signo. Ciertos sectores sociales han logrado ofrecer a sus jóvenes la posibilidad de postergar exigencias (como las de la propia familia y del trabajo). Es un tiempo legítimo para que se dediquen al estudio y la capacitación postergando fenómenos como el matrimonio, lo que les permite gozar de un cierto periodo durante el cual la sociedad les brinda una especial tolerancia. La juventud termina (en el interior de las clases que pueden ofrecer este beneficio a sus miembros recién llegados a la madurez física) cuando éstos asumen responsabilidades centradas, sobre todo, en formar el propio hogar, tener hijos, vivir del propio trabajo…
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¡¡Ninis del mundo uníos!! Sin embargo, la condición histórico-cultural de juventud no se ofrece de igual forma para todos los integrantes de la categoría “joven”.
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Se ha llegado a considerar la juventud como una construcción cultural desgajada de otras condiciones, un sentido socialmente constituido, relativamente desvinculado de las condiciones históricas y materiales que condicionan a su significante. La juventud se presenta en escena en la cultura actual, privilegiando su aspecto imaginario y representativo: no como una edad sino una estética de la vida cotidiana.
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Ser joven no depende sólo de la edad como característica biológica como condición del cuerpo. Tampoco depende solamente del sector social a que se pertenece. Hay que considerar el hecho generacional: la circunstancia natural que emana de ser socializado con códigos diferentes, de incorporar nuevos modos de percibir y de apreciar, de ser competente en nuevos hábitos y destrezas, elementos que distancian a los recién llegados al mundo de las generaciones más antiguas.
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Ser integrante de una generación distinta significa diferencias en el plano de la memoria. No se comparte la memoria de la generación anterior, ni se han vivido sus experiencias. Para el joven el mundo se presenta nuevo, abierto a las propias experiencias, aligerado de recuerdos que poseen las generaciones anteriores, despojado de inseguridades o de certezas que no provienen de la propia vida. Cada generación se presenta nueva al campo de lo vivido, poseedora de sus propios impulsos, de su energía, de su voluntad de orientar sus fuerzas y de no reiterar los fracasos, generalmente escéptica acerca de los mayores, cuya sensibilidad y sistemas de apreciación tiene a subestimar.
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El plano descrito se enriquece si se tienen en cuenta otros niveles de la sensibilidad, de la experiencia y la memoria que suelen operar sobre las modalidades de estar en el mundo de los jóvenes. Éstos se sienten lejanos de la muerte, también de la vejez y de la enfermedad. Este hecho es objetivo, en tanto su probabilidad de enfermar o morir es menor; pero también es vivencia, hay una sensación de invulnerabilidad, de lejanía de la muerte, de otredad respecto de ella, que está condicionada por la convivencia y la contemporaneidad con miembros adultos de la familia, con los padres y abuelos, con las generaciones anteriores.
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De Witold Gombrowicz. “Dividido entre niño y hombre (lo cual le hacía inocentemente ingenuo y a la vez despiadadamente experimentado), no era sin embargo ni lo uno ni lo otro, era cierto tercer término, era ante todo juventud, en él violenta, cortante, que lo arrojaba a la crueldad, a la brutalidad y a la obediencia, lo condenaba a la esclavitud y a la bajeza. Era bajo, porque era joven. Carnal, porque era joven. Destructor, porque era joven…”

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